Las alarmas zumban sin cesar. Apenas alcanzo a escuchar mis propios pensamientos. Sus luces estridentes proyectan mil sombras traicioneras, oscuras, rojas, naranjas, amarillas. No queda nadie más con vida, solo manchas en las paredes, manchas terribles, amarillas, naranjas, rojas y oscuras. Por fin, cuando las alarmas se callan, llega el silencio. Las echo de menos ¿te lo puedes creer?
Porque ahora lo oigo. Sí. Oigo el raspar de sus garras, el rechinar de sus colmillos, el goteo de sus babas, el roce de sus pasos acechantes. Tengo que escapar, pero tengo miedo. Los minutos pasan y todo esto va a quedar destruido, aniquilado en un intento para contener lo incontenible, para detener el experimento 24. No quiero morir. El tiempo, ahora, es Muerte.