Callados
estuvimos esperando la mañana.
Una mañana
que no
llegaba.
La sangre
no
corría por nuestras venas.
Me levanté, te envolví
en una manta,
me agarraste la mano, me miraste
a los ojos: el hombre
y la mujer
que un día fuimos
inclinaron la cabeza
en señal de despedida.
Esa fue la mañana en que un hombre y una mujer perdieron a su hijo. Ahora, cinco años después, él emprende una marcha desesperada más allá del tiempo para encontrarse con ese joven que ya no habla, ya no sonríe... ya no es.
En el camino le acompañan otros peregrinos, todos buscando a sus hijos, y en ese peregrinaje aprenden a desafiar a la muerte y a morder el dolor.
Usando las palabras como anclas para no caer en la locura, Grossman ha querido cerrar una historia que empezó con La vida entera, y nos lleva a lugares donde solo el genio de un gran escritor puede caminar.